Este año se celebra la conmemoración del bicentenario de la Constitución de 1812, más conocida como La Pepa. Esta celebración, a dos semanas vistas de su apogeo, se ha convertido en una especie de cebolla a capas, en una hidra de varias cabezas, en una sucesión de globos todos vacíos de contenido, como las cabezas de la hidra, como las capas de la cebolla. Cada Administración por su cuenta, cada grupo ciudadano por la suya, y.... casi todo lo prometido, por hacer. Desde hace años llevo oyendo hablar del Oratorio, del nuevo puente, del Castillo. Eso sí, fotos a escala local, todas las que se quieran. Hasta se hablaba de hacer un Museo del Carnaval con motivo de la conmemoración constitucional...
En estas últimas horas se ha asistido, no obstante, a una evidente trascendencia y sublimación de esta que iba a ser la fiesta de la democracia. La Constitución de 1812, además de sus valores jurídicos, se ha imbuido de un espíritu hagiográfico verdaderamente insólito. Ya no es que se respete, es que se venera. La Pepa ha dejado de ser un instrumento jurídico, para algunos pionero, y se ha convertido en un sujeto de culto. La Pepa ya no es una constitución: es una santa. Y a los santos se les piden milagros. Por eso, contemplemos con carácter litúrgico y procesional la ofrenda que los trabajadores navales de los astilleros de Cádiz han efectuado ante la Santa Pepa, pidiendo más carga de trabajo. Eso sí, los que hablan de la laicidad del texto constitucional de 1812, deberán ir renovando sus argumentos.
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