sábado, 17 de marzo de 2012

Incoherencia

Desde hace algunos meses, pero con especial intensidad en las últimas semanas, viene martilleándose mediáticamente acerca de la situación y existencia en sí misma de los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIEs, en esa terminología sólo para iniciados que tanto gusta usar cuando uno cree que domina un tema como signo de autoridad). Los CIE’s son establecimientos en los que se ingresan a las personas extranjeras que están sometidas a un expediente de expulsión del territorio español incoado por alguna de las circunstancias previstas legalmente. En ellos se puede estar hasta un máximo de sesenta días, tras la penúltima modificación de ley orgánica pertinente.

No voy a expresar mi posición personal acerca de la existencia de los CIE’s. No creo que este sea el lugar para exponer planteamientos jurídicos, filosóficos o políticos acerca de la necesariedad o innecesariedad de esos espacios en los que se priva de libertad a personas. Por otra parte, y así al menos enseño la patita, como en el cuento, sí podría avanzar que mi opinión personal no coincide con ninguna de las dos mayoritarias: las que abogan por el flower power y solicitan la desaparición inmediata de los CIE’s y las que pretenden convertir esos centros en el paradigma de la mazmorra del siglo XXI.

Pero hoy me voy a referir a estos Centros de Estancia Controlada – como al parecer se van a llamar ahora - desde el punto de vista de la (in)coherencia de esas posiciones aparentemente antitéticas. Ayer se anunció en un medio de comunicación, y hoy se reitera, que el Ministerio del Interior confía a las oenegés el cuidado de los extranjeros internos en los CIE. El mundillo oenegero aplaude esta decisión – bastante propia de la derecha más rancia, por otra parte – y el Gobierno se da un visito de aparente progresismo, que no es tal.

¿Por qué hablo de incoherencia? Es fácil. Ese mismo sector oenegero que ahora aplaude esta decisión es el que se opone a la privatización en servicios de extranjería e inmigración (tramitación de visados, controles fronterizos, etc). Sin embargo, ahora que se privatiza ese servicio, y probablemente en unas condiciones económicas bastante menores que en los otros supuestos, todo son lisonjas y parabienes.

Se me podría argumentar que cómo va a compararse la pulcritud y rectitud de una oenegé frente al capitalismo salvaje de una empresa al uso (Adviértase la ironía, por favor). Sin extenderme, diré que esa argumentación me retrotrae al momento, que parecía históricamente superado, de las monjitas de toca blanca cuidando los hospitales, cuando el Estado hacía dejación de sus responsabilidades, como ahora.

En fin, que tengo claro que a costa de las personas extranjeras, buen material de intercambio, unos y otros tendrán una parcelita en el cielo más grande que la mía en el infierno.

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