Murió a los pocos minutos de sentarse en el asiento. Era un hombre mayor, con un ajado abrigo azul y una mascota de fieltro verde. Había entrado en la estación de metro y se sentó a esperar el siguiente tren porque se sentía cansado. Plácidamente, cerró los ojos y con un tenue suspiro se montó en el tren que nadie sabe dónde va. Eran las siete y media de la tarde.
La estación se encontraba abarrotada. Una multitud trasegaba metros en todas direcciones. Conexiones con otras estaciones, salida, centro comercial, todo era puro revoloteo humano. Prisas, paradas, un bullicio ensordecedor, el silbato de los trenes entrando y saliendo, lo envolvía todo.
Nadie se dio cuenta de que el hombre había muerto. Tampoco la primera persona que se sentó a su lado, otro hombre mayor que, distraídamente se puso a hojear un periódico gratuito. Entre murmullos, pero con la intención de que su compañero se enterara, imprecó algunas objeciones contra los socialistas. Como, lógicamente, su compañero no le hizo caso, volvió a encerrarse en sí mismo hasta la llegada del nuevo tren. Cuando éste llegó, no se molestó en avisar a quien tenía a su lado.
Al rato, se sentó al lado un chico joven, con su mochila y sus cascos. Tampoco reparó en la inmovilidad del hombre. Estaba pendiente del hip hop patrio que atronaba en sus oídos y que le recordaba a la última fiesta rave en la que había estado, que había terminado cuarenta y ocho horas después de haberla empezado. Cuando su tren llegó, no se molestó en avisar a quien tenía a su lado.
Tres horas y media después, tras haber pasado por delante del muerto el personal de limpieza, en al menos dos ocasiones, un grupo de vigilantes de seguridad que se dedicaron a verificar el billete de los viajeros y tras haberse sentado a su lado no menos de cincuenta personas, una mujer con dos grandes bolsas se aposentó en el asiento contiguo. La mujer miró despectivamente al hombre que estaba a su lado; ocupaba un sitio durmiendo que hubiera sido idóneo para sus bolsas, que se ensuciaban en el suelo. Cuando llegó el tren en el que se iba a montar, no se molestó en avisar a quien tenía a su lado.
La frecuencia entre trenes siguió aumentando. Cada vez era más tarde y allí seguía el hombre, ocupando con vocación de permanencia un asiento de la estación de metro. El público fue disminuyendo ampliamente. Incluso podía adivinarse la mutación en las características del propio público. Ahora era el tiempo de los pájaros de la noche, aves que utilizan el metro para el comienzo de sus movimientos migratorios.
Llegó la hora de las dos de la mañana. A esa hora pasaba el último tren. Al lado del cadáver que con un avejentado abrigo azul ocupaba el asiento de la estación de metro se sentó un hombre de algo más de cincuenta años. Claramente iba borracho, puesto que desde que entró en la estación no dejaba de insultar a no sabe qué ser imaginario, que al parecer no quería hablar con él, y su rostro se mostraba manifiestamente encendido. Cuando se sentó al lado del hombre muerto, le dijo con alegría, ¿qué? ¿echando una siestecita?. Siguió vociferando contra ese imaginario ser que corroía sus ebrias entrañas. Cuando llegó el que iba a ser último tren del día, empujando imprecisamente al muerto, le dijo, no sin un cierto cariño, tío, que este el último, que se va. Como el muerto no podía desafiar a las leyes de la vida, ni se inmutó, por lo que no resultó extraño que el otro le gritara ¡que te den por el culo a ti también!
Pasó la noche. Nada ocurrió. El hombre seguía en su sueño eterno. A las cinco y media de la mañana un empleado del metro inició su jornada laboral en la estación. Tenía la costumbre diaria de estirar las piernas recorriéndola antes de meterse en su cabina. Durante ese pequeño paseo despertador vio al hombre en el asiento. Levemente se asustó, hacía años que se había prohibido dormir en las estaciones de metro, y volvió sobre sus pasos. Descolgó un teléfono de emergencia y llamó a Seguridad. Estación a Control, aquí hay un tío que está durmiendo. No sé cómo se habrá colado; a ver si despejáis la zona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario