miércoles, 4 de abril de 2012

Vivir sin estrellas

Una de las cosas que más me llama la atención en Madrid es que se vive sin estrellas. Para mí, la bóveda celeste (cursi eufemismo para referirme a las estrellas) siempre ha sido un elemento importante a la hora de pensar, de alegrarme, de enfadarme, de llorar. Eso en Madrid no es posible.

Yo recuerdo en mi infancia cuando aún no había alumbrado público en la calle en la que vivía. En las noches de verano, tanto la luna como las estrellas, eran nuestras particulares farolas, lo que ciertamente, te daba algunas opciones más cuando jugabas al esconder o a guardias y ladrones (poliladro, que se dice ahora de manera sincopada por estas tierras). Ni que decir tiene, que las noches de invierno, esa luna y esas estrellas, más que en farolas, se convertían en linternas que te permitían seguir el camino, tanto físico como mental, que pudieras estar recorriendo.

La cercanía del mar, las noches pasadas en la costa, también dan una dimensión especial a las estrellas. Podría poner el ejemplo, vivido en muchas ocasiones, de ver las lágrimas de San Lorenzo en la orilla de la playa o también el de ver la luna que en el mar riela, como dice el famoso poema.

El otro día, mientras viajaba en tren, entablé una amena conversación con mi compañera de asiento. Era una chica joven que se desplazaba desde Madrid a un pueblo del litoral gaditano a ver a su chico y pasar estos días de asueto. Se la veía completamente enamorada; por eso creo que estuvo ligando conmigo, aunque parezca antitético.

Su novio es de un pequeño pueblo costero y su familia, de origen marinero. Entre sonrisas, con la gracia del que cuenta algo que no sabe que es una tremenda revelación personal, me contó lo que le sucedió a ese chico el día que fue a verla por vez primera a Madrid. Aquí no hay estrellas... ¿cómo podéis vivir vosotros sin ver las estrellas?

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