Al hilo del poema que acabo de colgar, he recordado una vez más a mi padre. Mi padre nació en 1923 y lleva ya muerto unos cuantos años. Habiendo nacido en 1923, quiere decir que cuando empezó la guerra (in)civil en España, él tenía 13 años. Un niño.
Tuvo la suerte o la desgracia de haber nacido y vivir en un pueblo extremeño - exactamente, un pequeño pueblo - en el que gobernaba el Frente Popular. A ello se unían sus propias circunstancias familiares y personales, que ahora no voy a contar.
La represión en esa zona fue especialmente cruel. No dura: fue extremadamente cruel y sanguinaria. Mi padre contaba muchas escenas de esos años. Por ejemplo, cuando su madre, mi abuela, tenía que subir a la azotea de la casa, noche sí, noche no, con sábanas blancas para que los bombardeos no los alcanzaran. Ni siquiera tengo claro quién bombardeaba a quién, sinceramente.
Pero de las muchas pesadillas que tuvo la desgracia de vivir en el mundo real y no onírico, me quedo con dos que lo hacían llorar. Literalmente: lloraba cuando las contaba. Una de ellas fue ver como al alcalde de su pueblo, después de fusilarlo en la plaza principal, lo ataron a un caballo y lo arrastraron por todas las calles, mientras los llamados nacionales disparaban y vitoreaban con alegría. Algún día estaré en disposición de contar quién era el alcalde.
La otra fue un suceso que lo anduvo machacando toda su vida. En esa época, con 13 años, como ocurre en países cercanos a España actualmente, se era ya un hombrecito. Eso significaba, al menos en su caso, que para ir a comprar pan debía hacer sesenta kilómetros en bicicleta. En otras ocasiones, la distancia se disparaba - vaya verbo se me ha ocurrido, caramba - hasta los cien kilómetros. Todo dependía de la guerra.
Una de las veces tuvo que ir a Badajoz. Era un niño... Y picado por la curiosidad, por los comentarios que hacía la gente, se acercó a la plaza de toros de la extremeña capital. Siempre tuvo pesadillas y se despertaba - y así fue hasta que murió - recordando cómo toreaban y banderilleaban a los presos hasta su muerte; cómo su sangre enrojecia el albero de esa plaza de toros entre las carcajadas y aplausos de los matarifes.
Tuvo la suerte o la desgracia de haber nacido y vivir en un pueblo extremeño - exactamente, un pequeño pueblo - en el que gobernaba el Frente Popular. A ello se unían sus propias circunstancias familiares y personales, que ahora no voy a contar.
La represión en esa zona fue especialmente cruel. No dura: fue extremadamente cruel y sanguinaria. Mi padre contaba muchas escenas de esos años. Por ejemplo, cuando su madre, mi abuela, tenía que subir a la azotea de la casa, noche sí, noche no, con sábanas blancas para que los bombardeos no los alcanzaran. Ni siquiera tengo claro quién bombardeaba a quién, sinceramente.
Pero de las muchas pesadillas que tuvo la desgracia de vivir en el mundo real y no onírico, me quedo con dos que lo hacían llorar. Literalmente: lloraba cuando las contaba. Una de ellas fue ver como al alcalde de su pueblo, después de fusilarlo en la plaza principal, lo ataron a un caballo y lo arrastraron por todas las calles, mientras los llamados nacionales disparaban y vitoreaban con alegría. Algún día estaré en disposición de contar quién era el alcalde.
La otra fue un suceso que lo anduvo machacando toda su vida. En esa época, con 13 años, como ocurre en países cercanos a España actualmente, se era ya un hombrecito. Eso significaba, al menos en su caso, que para ir a comprar pan debía hacer sesenta kilómetros en bicicleta. En otras ocasiones, la distancia se disparaba - vaya verbo se me ha ocurrido, caramba - hasta los cien kilómetros. Todo dependía de la guerra.
Una de las veces tuvo que ir a Badajoz. Era un niño... Y picado por la curiosidad, por los comentarios que hacía la gente, se acercó a la plaza de toros de la extremeña capital. Siempre tuvo pesadillas y se despertaba - y así fue hasta que murió - recordando cómo toreaban y banderilleaban a los presos hasta su muerte; cómo su sangre enrojecia el albero de esa plaza de toros entre las carcajadas y aplausos de los matarifes.
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