Tener hijos e hijas es precioso. Yo que además vengo de una familia muy numerosa, más lo valoro. Sentirte parte de la camada es algo muy enervante; sobre todo si formas parte de los tramos finales de la familia. No existe, aunque lo vives, un sentido identitario. Es siempre lo que te salva. Si no, todos seríamos iguales.
Tener hijos e hijas es ver cómo crecen, cómo se desarrollan, cómo articulan lo que haces y no lo que dices, cómo muestran su amor de una manera absolutamente biológica que tú te encargas de fomentar, intentando hacer bueno ese proverbio que una vez leí a García Márquez, según el cual el cariño lo da el roce y no la sangre.
Pero tener hijos e hijas es también sentir sus lágrimas porque pierden un partido de fútbol o baloncesto, o porque tú no te enteras de lo que quieren decirte, o porque un amigo le ha robado su libro favorito, o porque ha perdido su muñeca, que seguramente se habrá dejado olvidada,
Tener hijas e hijos es una responsabilidad que, absurdamente, nace de un momento de placer.
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