domingo, 20 de mayo de 2012

Cicerone


Me había dicho que vendría; es más, yo le había propuesto en múltiples ocasiones que viniera. Incluso alguna vez, con la boca pequeña, le había dicho que yo iría. Son sólo 1500 kilómetros de distancia.

Pero al final, ella vino. Y vimos exposiciones, y comimos en restaurantes, y tomamos copas en bares, y anduvimos cogidos de la mano de aséptica manera, y veíamos que la gente sonreía en un día soleado.

Paseamos, elucubramos, discernimos, nos aturrullamos, nos enternecimos.

Al final, intenté ser honrado. Le dije que podíamos cenar en mi casa. Comprar algo en la calle, tomar algún vino más, echar unas risas. Sí. Unas risas.


A las dos horas de estar en mi casa me dijo: Tío, serénate, ¡que tú lo que quieres es meterme mano!

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