domingo, 6 de mayo de 2012

Esquizofrenia


Redujo a segunda y paró en el semáforo en rojo. Allí estaba. Iba a cruzar por el paso de peatones.

Llevaba años siendo engañado. Petra lo engañaba con otro. Estaba seguro. Ella se empeñaba en que siguiera yendo al psiquiatra. ¿Para qué? El estaba a gusto con sus relojes; arreglándolos, poniéndoles ese tornillo que faltaba; su tictac le daba cuerda a él en la soledad de su escritorio. Es bonito arreglar relojes.

El peatón del semáforo se pone en verde. El peatón de verdad cruza. Un pitido rítmico surge del semáforo.

Me pone los cuernos. Sé que me los pone con él. Me lo dice mi ombligo. Mi ombligo no falla. Siempre me avisa; siempre me dice la verdad. Me imagino que está con él cuando yo cuido y mimo a mis relojes. Esta se cree que me puede engañar. Yo sé que se acuestan juntos.

Está en la mitad del paso de cebra. Tiene que ser ahora. Así descansará. Todos descansarán.

Tiene claro que el colegio es el sitio en el que se ven. No sabe por qué. Ella es maestra, pero él no; él trabaja como albañil. Algo en su interior, su ombligo, es el que se lo dice. Piensa que los colegios son sitios de putas. Lo piensa no: lo sabe. No deja de preguntarse por qué tarda tanto todos los días.

Mete primera y acelera. Siente el impacto del coche contra el cuerpo. Escucha el golpe del cuerpo contra la pared.

Se creía este cabrón que me ponía los cuernos sin yo enterarme. Mi ombligo me avisó, so gilipollas. Al final eres tan tonto como los demás. Te puede un coño, gilipollas. Mis relojes no fallan, idiota. Son mejores que tú.

Puso el coche en punto muerto, que empezó a deslizarse suavemente por la pendiente, hasta llegar a la pared, cerca del cadáver, y se echó a llorar mientras llegaban los primeros policías.

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