Madrid. 14:15 horas. Un lugar relativamente céntrico.
Deambulaba con las manos hundidas en mis bolsillos. Hacía frío. Menos que otros días, pero hacía frío. Llegué a la altura del cajero automático en el que suelo extraer dinero. Pensé si debía hacerlo. Llevaba poco en la cartera.
Mientras decidía tan inquietante cuestión, algo me sacó de mis pensamientos. Un coche aparecía por una esquina con una señal luminosa (azul, de la policía) saltándose el semáforo en rojo. Tomó la curva como en las películas y se paró en la puerta de un colegio. Todo eso acontecía en la misma dirección que yo seguía. Me palpé. ¿Llevas el carnet? Sí, VV10, lo llevamos. ¿Llevas algo ilícito?. ¿Qué vamos a llevar, VV10? Pareces tonto.
Del coche, un Peugeot 407, con el pirulo encendido, se bajó un hombre alto, atlético, con un abrigo marrón, una bufanda. Con una mano guardada en su cintura. No hace falta ir a Salamanca para determinar: Un poli.
Pensé. Voy a asistir a la detención de un camello. O de un pederasta violador de ninfas colegiales. O de un infame voyeur infantil. Era la puerta de un colegio concertado. Religioso. Pero algo me llamaba la atención. Sólo se había bajado un poli, pero no el otro, que conducía el vehículo. Tampoco llegaban refuerzos.
A medida que me iba acercando al punto de encuentro, empecé a ver que grupos de colegiales y colegialas salían del colegio. Y no pasaba nada. Yo tampoco comprendía nada. Hasta que lo comprendí.
En el momento justo en el que llegaba al punto de contacto, ya no salía nadie del colegio. Eso creí yo, pero me equivoqué. Salió una niña de unos doce años, con su mochila de color rosa estampada, que con su manita saludó al policía y, prestamente, abrió la puerta de atrás del vehículo y se montó en él.
El policía que se había bajado, con rapidez se montó también en el coche. Éste arrancó con los pirulos encendidos de color azul, con dos policías y con una nenita que iba ser sana y salva reintegrada al domicilio familiar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario