La grave voz del empleado de la empresa de seguridad que viaja en el tren me sacó de mi ensimismamiento. Unos minutos antes había tenido que hacer un movimiento a tres bandas para poder recuperar mi asiento. Es frecuente en el tren. Alguien ocupa el asiento sin darse cuenta de que se ha confundido de vagón. Se sienta en el 7B, por ejemplo, del coche 4, cuando el suyo es el coche 5. Si a su vez, otro ha ocupado el 7A, que es el que realmente te corresponde, logras un pequeño tsunami a tu alrededor. Ahora había podido lograr mi equilibrio zen ferrocarrilero. Pero no. La voz grave del empleado de la empresa de seguridad que viaja en el tren me sacó de mi ensimismamiento.
"¡¿Es de alguien la maleta azul que está en ese pasillo?!", preguntó, como si diera una orden, lo que no deja de ser una antítesis. Los usuarios y usuarias del vagón empezamos a mirarnos con cierta cara de sorpresa. Como en el colegio, todo el mundo mira hacia la parte superior - donde suele llevarse el equipaje - y con la cabeza niegan que la maleta azul sea de nadie.
Me despisto observando a la gente que me acompaña. Voy en uno de esos horribles asientos para cuatro personas. Ninguna tenía nada que ver con la otra. Intento analizar, y no lo consigo, a cada uno de los otros tres. No sé si ellos hicieron lo mismo conmigo. Eran dos mujeres y otro hombre. Una de ellas iba sentada a mi izquierda.
Al rato, vuelve a escucharse la voz grave. “Perdone que les insista, pero, ¿es de alguien esa maleta azul?” El empleado de seguridad se ha parado a mi lado vociferando e impone su chaleco reflectante como argumento de autoridad.
La gente se remueve nerviosa. “Una maleta...”, “Abandonada..” Pero más nervios aparecen cuando un joven vestido con unos vaqueros y un jersey de cuello alto muestra una cartera con una placa de policía y dice, “no se preocupen. No se pongan nerviosos. Soy policía.”
Realmente, la gente se alteró. Sí, realmente. La mujer que viajaba a mi lado me dice, “que la abran, así puede saber de quién es”. Tuve un momento de maldad, lo reconozco, y le dije a la mujer: Pues como haya una bomba y abran la maleta, reventamos todos. La mujer salió corriendo hasta el extremo del tren diciendo, que no la abran por dios, que no la abran.
Así, entre chascarrillos y caras enervadas, llegamos a la siguiente estación. El tren paró y subieron al vagón varios policías. Éstos pidieron que cada uno señalara su maleta; la maleta con la que viajaba. Todo el mundo señaló la suya; todo el mundo tenía una. Después, subieron otros agentes de paisano y pasaron una máquina por la maleta. Todo el vagón miraba expectante. Parece que nada llamó su atención.
Bajaron la maleta y el tren continuó su marcha. Nadie la reclamó.
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