Se enfundó su camiseta con el número uno, tras haber ajustado sus medias de color negro, respirando hondo, consciente de la importancia del partido. Se ajustó los guantes, ya gastados después de seis meses
El entrenador, mientras ellos estaban sentados en las banquetas de hierro, les había arengado y después les había hecho rezar un padrenuestro. Si ganaban, eran campeones. Campeones.
Salieron cogidos de la mano al campo. La música comenzó a sonar haciendo mucho ruido. Veía a mucha gente alrededor, pero no localizaba a sus padres. Es verdad que el sol le daba en la cara.
Al día siguiente cumplía nueve años. Mientras se situaba bajo la portería, se regodeó pensando qué juguetes le iban a regalar por la mañana.
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