Retomando el post anterior, finalmente no acabé convertido en un capullo bomba; más bien terminé con cara de gilipollas integral.
Levántate temprano, muy temprano, para coger el avión de vuelta. La niebla abraza por completo a la ciudad. Recuerdas por un instante que estás en Santiago de Compostela coincidiendo con la visita del Pontifex Maximus, líder espiritual de los cristianos. Te trasladan desde tu hotel al aeropuerto y es una sucesión de todos los tipos, formatos y tamaños de policías de este país, ubicados unos al lado de los otros a la distancia máxima de dos metros. Tienes la sensación de que estás en una ciudad en la que se ha declarado el estado de sitio. El conductor que te lleva al aeropuerto te dice que debería venir el Papa más a menudo: la visita ha servido para que limpien las señales de tráfico: hacía veinte años, según sus cálculos, que no se limpiaban.
Llegas al aeropuerto. Parece un aeropuerto militar: sólo hay gente de uniforme. Pasas el control de capullos bomba: tienes suerte, no te han reconocido como tal. Te vas a tu puerta de embarque, que en estos pequeños aeropuertos es casi como la puerta de un mingitorio. Ves en el monitor tu vuelo y descansas. Imprecas porque no haya un punto de fumador; el talibanismo antitabaco progresa adecuadamente.
Y de pronto escuchas el presagio: “El vuelo XX ha sido desviado a Vigo”. Warning, te dices: ese es el avión en el que regreso. Instantes después escuchas por los altavoces: “El vuelo XX ha sido cancelado”. Tú vuelo ha sido cancelado. Corres como un poseso, porque te dicen que acudas al mostrador de la compañía aérea: la única opción es descubrir que el viaje que ibas a hacer en tres horas a lo sumo, se acaba de convertir en un viaje de doce horas. Genial.
Con la cara que produce la derrota y el desánimo sales a la calle y fumas. Fumas una y otra vez bajo las gotas de agua más que evidentes que contiene la niebla. Te serenas y decides entrar y sentir un poco de calor en las instalaciones del aeropuerto.
Te sientas en los modernos, por su extraño concepto de la comodidad, asientos del aeropuerto. Empiezas a observar un número cada vez más importantes de jóvenes – mayoritariamente jóvenas – con una serie de elementos comunes: pañuelito al cuello con los colores vaticanos; los colores de la bandera de España pintados en la cara como hace la gente en los partidos de fútbol; muchas también con los de la bandera de Andalucía; pantalones vaqueros Levi Strauss; botas parecidas a las de montar, pelo largo con tendencia al rubio natural… Caes en la cuenta, qué bobada de retardo, de que van a ver al líder espiritual cuando compruebas que van acompañadas de unas señoras mayores con caras de catequistas jubiladas y que actúan como subcontratadas del pastoreo feligrés del líder.
Te preguntas, habrá que ver qué les dirán a esas pobres mozas, qué les enseñarán, especialmente con motivo de visita tan sonada. Un grupo de ellas, se sientan detrás de ti y decides agudizar el oído para comprobar la salud espiritual de las nuevas hornadas. Y escuchas: Y escuchas que han quedado con unos italianos – qué suerte, qué bien ha empezado todo; y son mayores que nosotras – pero que antes habían tonteado y se habían besado con unos portugueses; también te enteras que su amiga Daniela es una inmadura porque le pone los cuernos a su novio, y eso que el adornado “le toca las tetas” (sic el entrecomillado); que tienen alcohol suficiente; qué bien nos lo vamos a pasar. Doctrina emanada sin duda alguna de la Congregación que dirigía, y con más razón ahora, el señor Ratzinger, que en pocos minutos comenzaría su paseo triunfal.
A los pocos instantes se acerca una de las guardadoras del rebaño – en el fondo crees que duda de la sólida formación de sus protegidas - y pretende recordar los cánticos a dirigir al líder. Cuando las chicas comienzan a repetir los eslóganes, con voces seráficas y en algún caso querubiniana, decides que es demasiado y te levantas y te marchas.
Como tras la cancelación del vuelo has tenido que desandar el camino (oh, influencia de la situación espiritual presente) y has vuelto a la zona de peligro (entiéndase, aquella que está delante de los controles de seguridad) y como has decidido que el mundillo hooligan cristiano es una droga dura de las que no te gustan, decides pasar a terreno seguro. Es decir, volver a pasar los controles. Y qué decir de éstos que no conozca quien haya montado en avión. De nuevo a desnudarte, a quitarte el reloj, a sacar el ordenador portátil – siempre en bandeja aparte, aunque hoy no tocaba abrirlo; supongo que por la irradiación hechicérica del líder que llegaba –, las monedas del bolsillo, el chaquetón, la chaqueta, la cartera… Uno que, además es de natural delgado, sabe que tiene que pasar el control rápido, pues es consciente de que un día se le caerán los pantalones en el supradicho control. El encargado de la seguridad – esto es, el empleado de una empresa privada; ya privatizamos hasta los cacheos – te reconoce y te pregunta: ¿Ud. ha pasado antes por aquí, no? Pues sí, y hay que contarle al buen mozo toda la historia (ciertamente, omites la parte referida a las nenas). Se supone que el grado de concentración es tan elevado que ni siquiera se ha enterado de la cancelación del vuelo en un aeropuerto con tanta intensidad de tráfico como es el de Santiago.
Te diriges de nuevo a la puerta de embarque con aspecto de puerta de mingitorio; compruebas que es la misma de la mañana. Claro indicio negativo que no puedes adverar puesto que como no has tomado té, no puedes comprobar el poso que dejó. En efecto, los malos presagios se hacen realidad. Vas comprobando ante la pantalla cómo el avión va retrasando cada vez más su salida, mientras que por las cristaleras observas como el avión italiano (Nada del Vatican Force One, no; de Alitalia, línea comercial por excelencia) que trajo al lidereso despega como si ni hubiera niebla, ni policías, ni nenas, ni pasajeros, ni público. Es decir, despega sin más.
Por eso, te preguntas, cuando horas después hollas tu avión: diosssss, qué he hecho yo para merecer esto.
Dedicado a EAJ por su templanza y apoyo en un día como el de hoy.