martes, 22 de noviembre de 2011

Dakar, Senegal

Durante unos días he estado en Dakar, Senegal. Podría referirme a la singular amabilidad de su gente, a la caótica pero ordenada distribución de los colores que te envuelve en todo momento, al murmullo permanente del mar que te susurra o te grita al oído, al constante mbalax a tu alrededor allá donde quieras que vas, a lo bellísimas que son sus mujeres (y juro por mi madre - y por mi padre - que no es una exaltación machista) . Y tantas otra cosas.

Pero no. Nada igualaría lo que he sentido. Por eso, me voy a dedicar a contar algunas de las anécdotas o experiencias vividas durante estos días y dejaré el enlace a algunas de las fotos visibles que hice.

Para empezar, una visión real del avión. Viajé en un vuelo de Iberia en el que las personas que viajaban, salvo un número realmente escaso de color marrón, la mayoría éramos de color rosa. Eso me llamó la atención, pues hace unos meses estuve en Ghana - volé con Lufthansa - y en ese vuelo los de color rosa éramos muy, muy poquitos; realmente éramos siete en un vuelo de más de doscientas personas. Aquí ocurría al contrario: los marrones eran una escasa minoría.

Como vas enchufado, cuando llegas al aeropuerto te sacan el primero y por un sitio diferente. Te hacen esperar en una salita aparte. Nada que objetar, al revés. Después de cuatro horas y media de vuelo, llevo mi nicotina en sangre por las uñas de los pies; ingenuamente preguntas a tu sherpa si puedes ir a la puerta a fumar. El sherpa se ríe y te dice: VV10, aquí se fuma en todos lados. En efecto, sacas la cabeza por la puerta y ves que de ley antitabaco, nasti de plasti. En un momento de asimilación te dices, adelante. Y fumo, claro que fumo.

Te llevan al hotel. De lujo total. Ahora, mucho lujo, pero de aquí no se salva ni dios. Llevas tus reservas pagadas pero, ay, necesitan tu tarjeta de crédito. La das con el convencimiento de que la van a anotar por s te quieres ir cual pirata sin pagar algún servicio; pero, no, son más finos: tienes usted que hacer un depósito de quinientos mil francos cfa. Joer, ¿por qué?. Normas de la casa, monsieur; se le devolverán al final de su estancia.

Vale, asientes con cara confusa. Y das tu tarjeta de crédito. La tarjeta es de las que llevan chip, o sea, pagas con el pin (en una frase dos palabras tan modernas como chip y pin; el lenguaje evoluciona. Congratulémosnos). Y asistes a una escena maravillosa. El recepcionista te pone el tarjetero electrónico para que marques el pin y lo haces. La maquinita escupe el recibí y su copia. No das crédito (nunca mejor dicho) cuando el recepcionista te dice que firmes también el papelito. ¡Si ya he marcado el pin! Normas de la casa, monsieur. Directamente flipas, a la vez que firmas, claro.

Te echas a la calle. Quieres bañarte con la luz de Dakar. Y observas que Dakar es una macroconstrucción permanente atomizada. Me explico. Ves edificios en construcción por doquier. En los que nadie trabaja, en los que no hay ninguna actividad. Inquieres el por qué. ¿La crisis?. La respuesta es triple e interesante. En primer lugar, porque el gobierno de Senegal obliga, al parecer, a que si se compra un solar, en el plazo de un año, se haya empezado la construcción. Ello hace que la gente inicie de manera testimonial - la primera piedra, que diríamos en España - la construcción de una vivienda y la deje aparcada hasta la obtención de más medios económicos. En segundo lugar, porque las viviendas, en un número importante, se construyen con las remesas que envían los emigrantes senegaleses. Y claro, el ritmo de la construcción lo va marcando la secuencia de los envíos. Y en tercer lugar, la presencia de cárteles colombianos en Guinea Bissau, que encuentran en la construcción en Senegal la manera de ir blanqueando sus réditos sin dar mucha presencia de sus actividades con ilícitas mercancías.

Estuve en un mercado. Tenía una distribución muy concéntrica. Primero la artesanía. Artesanía producida por máquinas que se intenta vender como si hubiera sido hecha a mano. El siguiente anillo, la fruta; una fruta con un aspecto de ser muy saludable. El tercer anillo, los frutos del mar: las langostas vivas, pescados de diferentes especies, llamaban la atención. El cuarto y último anillo: lo más caro: la carne. Todo un manifiesto.


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