miércoles, 30 de noviembre de 2011

Más sobre Dakar, Senegal. Olores

Alguien desde el cariño me dice que no hice referencia a los olores en esta ciudad. Siento la decepción. No me produjeron el más mínimo interés. También es cierto que los grandes fumadores no tenemos olfato. Pero, acostumbrado a mis desembarcos africanos, pese a que fumo desde tierna edad, hay determinados olores que trascienden de tan insano placer (Al hilo de esto, alguien me dijo ayer con buen criterio: VV10, ¡es que tienes alergia a lo sano!)

Como decía, no me llamaron la atención los olores de Dakar. Los describiré para dar fe personal de su efecto.

El aeropuerto olía como todos los aeropuertos del mundo. Esa mezcla marcesible (ojo a esta palabra que me acabo de inventar porque en el RAE sólo se permite con partícula negativa in y además tiene significado que no es el que se utiliza en ciencias) entre el combustible y la humanidad. Afortunadamente, el humo de mi cigarro (veánse anteriores posts) amortiguaba ese olor.

El hotel, como todos los hoteles serios del mundo, no olía a nada. A limpio me parece una expresión excesivamente calurosa para definir el olor de los hoteles.

Las calles. Olían a ese queroseno empalagoso que inunda el ambiente desde Tánger hasta Accra, que es el sitio más alejado de los que he estado en África. Un olor absolutamente estereotipado y repetido.

El mercado. Ocurre casi igual que con las calles. Un olor idéntico que se clava en la nariz como una estaca antidráculas. En este caso, de manera concéntrica, se repetían los mismos olores que en otras partes del continente africano: en la artesanía, olor a madera fresca y a cuero curtido; la fruta, natural, fresca, hermosa (¿éstos son olores?), como cualquier mercado europeo; el pescado, que, como en todo el África marítima que conozco, pone tu olfato al borde del ictus, y eso que uno ha vivido siempre en zona de mar; la carne, con sus inseparables moscas revoltosas, olía a eso, a carne.

Por cierto, algo que sí me llamó la atención visualmente, aunque inodoro: las carreteras, calles y avenidas que rodean Dakar están llenas de cientos de pequeños viveros en sus márgenes que venden plantas, árboles, flores. Lo relacioné con la amabilidad de su gente. La gente que compra y vende flores tiene una sensibilidad especial.

martes, 22 de noviembre de 2011

Dakar, Senegal

Durante unos días he estado en Dakar, Senegal. Podría referirme a la singular amabilidad de su gente, a la caótica pero ordenada distribución de los colores que te envuelve en todo momento, al murmullo permanente del mar que te susurra o te grita al oído, al constante mbalax a tu alrededor allá donde quieras que vas, a lo bellísimas que son sus mujeres (y juro por mi madre - y por mi padre - que no es una exaltación machista) . Y tantas otra cosas.

Pero no. Nada igualaría lo que he sentido. Por eso, me voy a dedicar a contar algunas de las anécdotas o experiencias vividas durante estos días y dejaré el enlace a algunas de las fotos visibles que hice.

Para empezar, una visión real del avión. Viajé en un vuelo de Iberia en el que las personas que viajaban, salvo un número realmente escaso de color marrón, la mayoría éramos de color rosa. Eso me llamó la atención, pues hace unos meses estuve en Ghana - volé con Lufthansa - y en ese vuelo los de color rosa éramos muy, muy poquitos; realmente éramos siete en un vuelo de más de doscientas personas. Aquí ocurría al contrario: los marrones eran una escasa minoría.

Como vas enchufado, cuando llegas al aeropuerto te sacan el primero y por un sitio diferente. Te hacen esperar en una salita aparte. Nada que objetar, al revés. Después de cuatro horas y media de vuelo, llevo mi nicotina en sangre por las uñas de los pies; ingenuamente preguntas a tu sherpa si puedes ir a la puerta a fumar. El sherpa se ríe y te dice: VV10, aquí se fuma en todos lados. En efecto, sacas la cabeza por la puerta y ves que de ley antitabaco, nasti de plasti. En un momento de asimilación te dices, adelante. Y fumo, claro que fumo.

Te llevan al hotel. De lujo total. Ahora, mucho lujo, pero de aquí no se salva ni dios. Llevas tus reservas pagadas pero, ay, necesitan tu tarjeta de crédito. La das con el convencimiento de que la van a anotar por s te quieres ir cual pirata sin pagar algún servicio; pero, no, son más finos: tienes usted que hacer un depósito de quinientos mil francos cfa. Joer, ¿por qué?. Normas de la casa, monsieur; se le devolverán al final de su estancia.

Vale, asientes con cara confusa. Y das tu tarjeta de crédito. La tarjeta es de las que llevan chip, o sea, pagas con el pin (en una frase dos palabras tan modernas como chip y pin; el lenguaje evoluciona. Congratulémosnos). Y asistes a una escena maravillosa. El recepcionista te pone el tarjetero electrónico para que marques el pin y lo haces. La maquinita escupe el recibí y su copia. No das crédito (nunca mejor dicho) cuando el recepcionista te dice que firmes también el papelito. ¡Si ya he marcado el pin! Normas de la casa, monsieur. Directamente flipas, a la vez que firmas, claro.

Te echas a la calle. Quieres bañarte con la luz de Dakar. Y observas que Dakar es una macroconstrucción permanente atomizada. Me explico. Ves edificios en construcción por doquier. En los que nadie trabaja, en los que no hay ninguna actividad. Inquieres el por qué. ¿La crisis?. La respuesta es triple e interesante. En primer lugar, porque el gobierno de Senegal obliga, al parecer, a que si se compra un solar, en el plazo de un año, se haya empezado la construcción. Ello hace que la gente inicie de manera testimonial - la primera piedra, que diríamos en España - la construcción de una vivienda y la deje aparcada hasta la obtención de más medios económicos. En segundo lugar, porque las viviendas, en un número importante, se construyen con las remesas que envían los emigrantes senegaleses. Y claro, el ritmo de la construcción lo va marcando la secuencia de los envíos. Y en tercer lugar, la presencia de cárteles colombianos en Guinea Bissau, que encuentran en la construcción en Senegal la manera de ir blanqueando sus réditos sin dar mucha presencia de sus actividades con ilícitas mercancías.

Estuve en un mercado. Tenía una distribución muy concéntrica. Primero la artesanía. Artesanía producida por máquinas que se intenta vender como si hubiera sido hecha a mano. El siguiente anillo, la fruta; una fruta con un aspecto de ser muy saludable. El tercer anillo, los frutos del mar: las langostas vivas, pescados de diferentes especies, llamaban la atención. El cuarto y último anillo: lo más caro: la carne. Todo un manifiesto.


domingo, 20 de noviembre de 2011

Democracia

Bueno, a diferencia de otros países como Grecia e Italia (por citar alguno), disfrutaremos del juego de la urna.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Legitimidad democrática

Estos días venimos asistiendo al hecho inconcebible de que se impida un referendum legítimo en un país con representación política democráticamente elegida. También asistimos al hecho verdaderamente chocante de que se promueva, y consiga, la destitución de presidentes del gobierno de países democráticos.

En este estado de la cuestión hay que preguntarse qué es la democracia y quién la sostiene. Se ve que, claramente, el pueblo (demos) no. ¿De qué me sirve votar si al final, por decisiones económicas o financieras o como quiera que se llamen, a quien yo he votado lo botan? ¿Con qué legitimidad democrática?

martes, 8 de noviembre de 2011

El debate y Cádiz

Anoche, como si se tratara de un partido de fútbol, me apresté a ver el debate entre Rubalcaba y Rajoy. De hecho, invito a comparar las similitudes entre la retransmisión del debate y la retransmisión televisiva de un Madrid - Barcelona, pongamos por caso: la llegada de los equipos al estadio (los candidatos llegando en sus coches al Palacio Municipal de Congresos), el árbitro (Campo Vidal, contemporizando con los intervinientes para que el partido no se le fuera de las manos), el partido en sí (el debate en el formato que se realiza, aunque ayer parecía más un partido de pin pon que uno de fútbol), las declaraciones de los protagonistas al final del partido (en este caso, era más fácil, sólo había dos) y, finalmente, los "sesudos" análisis, tipo Punto pelota, Estudio Estadio y similares (en cuanto al debate, un comentario: vaya plaga de tertulianos y supuestos analistas políticos nos rodea)

Sin embargo, y sin entrar en el contenido, del dichoso debate, me quedo con la metedura de pata simultánea de ambos políticos. En concreto, me refiero a la ubicación que hizo Rajoy acerca de dos pueblos que situó en Cádiz (si D. Javier de Burgos alzase su testa...) refiriéndose a la sierra gaditana. Nada más y nada menos que situó en la provincia de Cádiz a Constantina y Cazalla, tierras de un anís seco para recios hombres (45 grados). Hasta ahí, nada que objetar (bueno, que objetar mucho, que éste es capaz de poner Ceuta y Melilla con eso de la españolidad al lado de Torrelodones). No obstante, mi sorpresa vino dada por el silencio de Rubalcaba, que no sólo perdió una oportunidad de verter un ácido comentario sobre su oponente, sino que encima quedó en mal lugar: él es diputado por Cádiz.