Alguien desde el cariño me dice que no hice referencia a los olores en esta ciudad. Siento la decepción. No me produjeron el más mínimo interés. También es cierto que los grandes fumadores no tenemos olfato. Pero, acostumbrado a mis desembarcos africanos, pese a que fumo desde tierna edad, hay determinados olores que trascienden de tan insano placer (Al hilo de esto, alguien me dijo ayer con buen criterio: VV10, ¡es que tienes alergia a lo sano!)
Como decía, no me llamaron la atención los olores de Dakar. Los describiré para dar fe personal de su efecto.
El aeropuerto olía como todos los aeropuertos del mundo. Esa mezcla marcesible (ojo a esta palabra que me acabo de inventar porque en el RAE sólo se permite con partícula negativa in y además tiene significado que no es el que se utiliza en ciencias) entre el combustible y la humanidad. Afortunadamente, el humo de mi cigarro (veánse anteriores posts) amortiguaba ese olor.
El hotel, como todos los hoteles serios del mundo, no olía a nada. A limpio me parece una expresión excesivamente calurosa para definir el olor de los hoteles.
Las calles. Olían a ese queroseno empalagoso que inunda el ambiente desde Tánger hasta Accra, que es el sitio más alejado de los que he estado en África. Un olor absolutamente estereotipado y repetido.
El mercado. Ocurre casi igual que con las calles. Un olor idéntico que se clava en la nariz como una estaca antidráculas. En este caso, de manera concéntrica, se repetían los mismos olores que en otras partes del continente africano: en la artesanía, olor a madera fresca y a cuero curtido; la fruta, natural, fresca, hermosa (¿éstos son olores?), como cualquier mercado europeo; el pescado, que, como en todo el África marítima que conozco, pone tu olfato al borde del ictus, y eso que uno ha vivido siempre en zona de mar; la carne, con sus inseparables moscas revoltosas, olía a eso, a carne.
Por cierto, algo que sí me llamó la atención visualmente, aunque inodoro: las carreteras, calles y avenidas que rodean Dakar están llenas de cientos de pequeños viveros en sus márgenes que venden plantas, árboles, flores. Lo relacioné con la amabilidad de su gente. La gente que compra y vende flores tiene una sensibilidad especial.