Meses después, dos
vidas avanzadas, en la cuarentena ambos, volvían a
encontrarse.
Un aeropuerto, una espera
al otro, ansias, la prohibición de fumar.
El reencuentro, vamos a
echar un cigarro, en la puerta los besos son preferibles a los cigarros, los
besos, uno detrás de otro.
Abandonada la maleta,
abandonados los cuerpos, un cigarro ardiendo en cada mano.
Un chico de manera
inesperada se acerca y con voz alegre dice: Perdonad, jóvenes,
¿me dáis fuego? Al
observar la edad de los amorosos contendientes, que, interrumpidos en
su grata lucha, separaron sus cabezas, intenta corregir: Bueno,
señores... Bueno,
chicos...
En
un alarde de realidad, encendiendo con decisión su sonrisa y su mechero,
ella le contestó: Mejor jóvenes maduros,
¿vale?
Vaya cursilería.
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