Me levanté a una hora relativamente temprana y acudí al sitio en el que tenía que hacer una gestión. Llovía a cántaros. Llegué un cuarto de hora después de que hubiera abierto la oficina en cuestión. Había infinidad de gente. Llegué tarde. Ya habían repartido todos los números. Cinco minutos después, con sensación de fracaso personal, me volví por donde había venido.
Tras obtener por la tarde alguna información, decido que lo mejor es darme el gran madrugón. Llego a la oficina a las 6:45. Soy el sexto en la cola. ¡Qué frío!. Menos mal que voy provisto de un gorro de lana, unos guantes y una bufanda. No obstante, lleva razón mi madre, los resfriados se cogen por los pies. Madre mía, qué frío en los pies. No es que los tenga congelados; simplemente, no los tengo, los he perdido.
Nos tratan como a perros, me dice quien me sigue en la cola. No se preocupe, le digo, mañana juega el Madrid contra el Barça y volveremos a ser felices. Lleva usted razón, me responde, esto es España.
La oficina abre a las 9 de la mañana. Tras dos horas y cuarto de espera a la intemperie, llega mi turno. Me siento ante la empleada pública con cara de cordero degollado. Se cumple el peor de mis temores: me falta un papel. La chica se compadece de mi y me dice vaya usted por el papel y lo trae; cuando tenga un hueco en mi mesa, acérquese y arreglamos esto.
Me voy por el papel, que a su vez requería otro trámite previo. Otra cola, esta sí, sin cerrar, teniendo la posibilidad de sumarte en cualquier momento. Me sumo. Pongo mis papeles sobre la mesa. Se cortocircuita la nueva empleada pública: Esto es la primera vez que lo veo aquí; un momentito, que voy a hablar con el director de la oficina. Llega el director, esto es que no se ve por aquí nunca. El programa informático es que no admite su cualificación laboral; en su caso tenemos que hacerla a mano. Allí me entrego como si fuera un conejillo de indias en manos de un científico loco. Me preguntan de todo. Mis estudios, mi inglés (afortunadamente, no me preguntaron por mi nivel de francés ni de griego, jijiji), mi coche. En fin, toda una vida doméstica al descubierto.
Me dan el dichoso papel y me vuelvo al otro lado con mi preciado trofeo de burocracia (léase de caza). Obviamente, la pública servidora estaba ocupada con otro usuario (por dios, ¡qué mal suena esta frase o que retorcida es mi mente!). Aguardo con felina astucia a que termine - la atención al usuario (esto se empeora); era corta (la atención) según me di cuenta - y la miro diciéndole con sonrisa profidén: De nuevo yo. La chica me mira con cara de estar viendo a un completo desconocido y me dice, ¿Y?. Le refresco que era el advenedizo de hace un rato; menos mal que cae en ello y me recuerda. Uf. Me trata con dulzura infinita, mientras en su frente yo leía, a modo de anuncio de colorines en la Puerta del Sol, me tocó el pobre perdido de la mañana...
Cuando salí volví a mirar. Y vi la misma cola que por la mañana; las mismas caras que veía por la mañana, que ya había visto ayer. La cola de parados. Era la Oficina de Empleo.
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